EXPERIMENTANDO EL ASOMBRO
“Y Pedro y los que estaban con él … vieron la gloria de Jesús”
Probablemente de las escenas más asombrosas del Nuevo Testamento. Jesús, durante uno de sus tiempos de oración junto a sus discípulos más cercanos, se “transfiguró”. Fue cambiado en otro totalmente distinto. “…la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.”
Marcos describe el resplandor de sus vestidos diciendo: “…sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blanco.” Mateo, a su vez describe la apariencia de su rostro: “…resplandeció su rostro como el sol…” No fue una simple aureola cómo suele mostrarse detrás de la cabeza de las imágenes sagradas. Él les mostró su gloria.
Una nube de su presencia los rodeo al punto que sintieron temor de entrar en ella. Y como si fuera poco aparecieron dos hombres que acompañaban a Jesús. Moisés y Elías también rodeados por su gloria.
El teólogo de mediados del siglo XIX Rudolf Otto define este tipo de experiencias como “un encuentro profundo con lo sagrado que trasciende lo racional y lo sensorial, provocando asombro, reverencia, temor y fascinación” El describe tres componentes claves de una experiencia con lo sagrado diciendo que es fundamentalmente “misteriosa (no puede explicarse con palabras), tremenda (provoca temor reverente, estremecimiento ante lo divino) y a la vez fascinante (produce una atracción irresistible… transforma el temor en adoración)”
Juan también habla de esta gloria en el prólogo de su evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”
La torpe propuesta de Pedro, “hagamos tres enramadas, (tabernáculos) una para ti, una para Moisés, y una para Elías,” era redundante. Ya Jesús, el hijo de Dios había decidido hacer morada (tabernáculo) entre nosotros. Jesús es la imagen visible del Dios invisible, el “logos hecho carne.” Por esto el Padre desde la nube confirma la revelación de su hijo diciendo: “Este es mi Hijo amado; a él oíd.”
El deseo de Jesús es deslumbrarnos con su gloria. Que vivamos la experiencia de ser envueltos en la nube de su presencia. No para que pretendamos, como sugirió Pedro; sólo quedarnos allí a disfrutar de ella, sino para que aprendamos a oír su voz. Que aprendamos a ser obedientes y a adorar. Que compartamos de esa gloria con todo el que nos rodea produciendo más y más obediencia y adoración a Dios. Entre nuestro círculo cercano y entre las naciones de la tierra.
Que “la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” no siga encubierto entre los que se pierden.
“Recuerden, nuestro mensaje no trata sobre nosotros mismos; proclamamos a Jesucristo, el Señor. Nosotros sólo somos mensajeros, encargados que Jesús envía. Todo comenzó cuando Dios dijo: ‘¡Que brille la luz en la oscuridad!’, y nuestras vidas se llenaron de luz al ver y comprender a Dios en el rostro de Cristo, resplandeciente y hermoso.”
2 Corintios 4:6 MSG